David Mayer fue un gran compañero y amigo.
Hace varios años atrás estuvimos juntos en el centro de un foco de infección ubicado en los suburbios de un pequeño pueblo… Greencliff creo que se llamaba el lugar, pero ahora ya no estoy seguro. Fueron tres días de terror puro y duro durante los cuales solo el espíritu de camaradería y solidaridad nos permitió estar a salvo mucho más tiempo del que pensábamos que tardaría en llegar el rescate. Lamentablemente durante una noche, David simplemente desapareció.
Esa noche acampábamos en el sótano de una iglesia, de fondo los alaridos y grotescos lamentos de los infectados que recorrían las calles casi no nos dejaban dormir y recuerdo que charlamos mucho sobre varios asuntos, sobre la familia, sobre películas, me contó que él era fanático de los Lakers y de cómo había hecho una vez una gran fortuna apostando en un partido, etc. También me habló de su mujer, de quien estaba profundamente enamorado… me dijo que si algo malo le sucedía por favor fuera donde ella y le entregara una carta de amor que desde el día anterior venía escribiendo.
-Toma.- me dijo estirándome el sobre a la luz de una improvisada fogata.- la terminé de escribir hoy por la mañana… prométeme que si algo me sucede… irás a visitar a mi esposa y le entregarás esta carta.
-Nada malo te sucederá, David.- le dije para subirle el ánimo, pues se veía especialmente triste aquella noche.-Tú mismo se la has de entregar.
-Por favor…- me suplicó.
Tras un breve instante de silencio finalmente accedí, cogí la carta y la guardé entre los bolsillos de una chaqueta ovejera que había robado aquel día para protegerme del frío.
-¿Y qué pasaría si es a mí al que algo malo ha de ocurrirle?- pregunté observando la oscuridad del techo. Sin embargo la respuesta nunca la oí, le eché un ojo a David y este se encontraba vuelto dándome la espalda en su saco de dormir… supongo que se encontraba durmiendo.
Desperté de un salto, asustado como a las 4 o 5 de la madrugada… inconscientemente empuñé mi arma, pero al darme cuenta que me encontraba vivo y a salvo en el sótano de la iglesia logré tranquilizarme… observé a mi lado y David Mayer ya no estaba… se había ido. Me puse de pié y me abrigué con una frazada, luego comencé a buscarle. Se había ido del sótano de la iglesia, pero ¿hacia donde?, ¿porqué?... ¿acaso creyó que jamás íbamos a salir vivos de aquella zona? A través de una ranura en el techo podía ver la claridad que reflejaba el cielo del exterior y sabía cuando era de día o de noche, me pasé todo aquel día ahí en el sótano esperando la llamada, la milagrosa llamada del radio… no dejaba de pensar en David y en lo que me podía pasar a mí si es que mi radio no volvía a sonar nunca más. De pronto y cuando ya casi me había entregado a la amargura total, recibí la alerta en mi radio, estaba a salvo, el helicóptero había llegado y se encontraba sobrevolando la iglesia… el helicóptero, mi ángel de la guardia. Recibí instrucciones precisas de llegar a la azotea en un tiempo no mayor a los 2 minutos con 30 segundos, empuñé mi arma y salí como un verdadero loco del sótano hacia el exterior, subí por una estrecha escalera circular dando saltos de hasta 3 y 4 escalones sacando fuerzas casi de la nada. En ese instante olvidé el hambre y la sed que tenía solo me preocupaba el llegar sano y salvo a la azotea, finalmente lo había conseguido… llegué arriba al campanario y ahí me esperaba una escalera de cuerda. Comencé a subir a duras penas por ella y antes de alcanzar el helicóptero eché un último vistazo al pueblo, ahí abajo una legión incontable, cientos, miles de zombis rodeaban la iglesia y abarrotaban las calles...
Una vez estando arriba en el helicóptero, inconscientemente metí mi mano a uno de mis bolsillos y tomé la carta que había escrito David a su esposa, no la leí… no me atreví a hacerlo, pero me juré a mi mismo que iría a entregársela personalmente.
Pasaron creo que alrededor de 4 meses cuando fui a ver a Jessica (así se llamaba la esposa de David). Vivía en una granja aislada aledaña a los bosques de Pittsburgh. La tarde que llegué era gris y el cielo amenazaba con dejar caer su lluvia en cualquier momento. Fue ella quien me abrió la puerta, vivía sola y no me fue muy difícil darle la lamentable noticia sobre su esposo, ya que ella hacía un mes atrás hizo sus propias averiguaciones sobre el paradero de su marido y se había enterado…
-Lamento no poder haber venido antes.- le comenté una vez sentados en la sala al calor de la chimenea.- Traigo un recuerdo de David, algo que él mismo escribió para ti.
-¿Que él escribió para mí?- preguntó ocultando su pena.
-Así es…- le dije estirándole el sobre.- Ninguno de los dos tenía muchas esperanzas de salir con vida de aquel lugar… y él escribió esto como una suerte de despedida para ti… yo hubiese hecho lo mismo, no lo sé…
Jessica comenzó a leer y a medida que avanzaba cada vez se ponía mas triste, al final cuando acabó no pudo evitar romper en un amargo llanto.
-Discúlpame…- me dijo.- es que sus palabras son tan tiernas y dulces… lo único que me consuela es el saber que ahora se encuentra en un lugar mejor…
-Así es.- le respondí con una sonrisa.
Salimos de casa y yo me dirigía de regreso al vehículo, ella venía atrás de mí.
-Por cierto, ¿Cuál es tu nombre?- me preguntó.
-Leon, Leon Scott Kennedy…
-Gracias, Leon. Has sido muy amable.
-Le dí mi palabra a David que haría esto, no me lo agradezcas.- contesté.- Por cierto… cualquier noticia que tengamos sobre el cuerpo de Mayer te la haremos saber…
Ella asintió con la cabeza. Me dí vuelta para subirme al automóvil y fue ahí que lo ví, el uniforme… el uniforme que David Mayer ocupaba el día de su desaparición, se encontraba colgado y sucio en lo alto de un palo ubicado junto al granero. Me acerqué lentamente y Jessica me seguía por detrás preguntándome que qué pasaba.
-Ese uniforme…- le dije.- es el que ocupaba tu marido el día que desapareció…
De pronto un feroz gruñido me hizo retroceder del susto, venía del interior del granero… era un gruñido familiar…. Sin embargo no se trataba de animal alguno… entré con cautela y en el interior pude ver en un pequeño corral a un infectado, permanecía atado de pies y manos a unos grilletes soldados al muro y en el suelo había un plato con pedazos de carne cruda desparramada. Al verme, el zombi comenzó a gritar y a gruñir de forma desesperada… luchaba por zafarse de las cadenas que le aprisionaban y en su rostro yo pude percibir algo familiar… al cabo de un instante caí en cuenta que se trataba del mismo David Mayer, infectado.
-Pero… ¿Qué está sucediendo aquí?...- pregunté impactado por el asombro.
-Por favor, no digas nada…- comenzó a suplicarme Jessica.- Yo le cuido y le alimento, es mi esposo y le amo… él también me ama…
-P-pero… ¿cómo?... o sea, ¿cómo ha llegado hasta aquí?
-Pagué mucho dinero a un forense militar, le encontraron hace casi dos meses en los alrededores del pueblo donde había desaparecido, estaba ya infectado y le inventé una historia para que me dejara traerlo a Pittsburgh. Día y noche estuve intentando averiguar sobre él, sobre su paradero… algo me decía que no había muerto, que permanecía con vida, ¿lo ves? No me equivocaba… ¡está vivo!
El zombi continuaba gritando de forma desesperada, sus ojos muertos no se alejaban de los míos y de su boca salían toda clase de fluidos asquerosos…
-Jessica… eso ya no es tu marido…- le dije.- no puedo dejar que lo tengas acá…
-¡Por favor!, ¡te lo suplico!
Lentamente empuñé mi arma de servicio y le apunté a David,… quiero decir al zombi. Su mirada asesina y macabra, esa mirada tan familiar penetraba en mis ojos. Le apunté justo en medio de ambos…. Jessica no para de suplicarme, pero no podía permitirlo… si David escapaba la tragedia podía ser mucho mayor…
Tú amabas a tu esposa, amigo. Tú querías lo mejor para ella…
* * *
Lo lamento tanto.
....
LEON S. KENNEDY, 02:23 A.M.