Sucedió en una mañana de invierno. Salí de mi casa para ir a la escuela y pude ver que afuera en el antejardín dormía un gato blanco de quizás unos 10 meses de edad, al principio me dio como pena, pero no quise involucrarme mucho pues ya sabía que mi mamá lo iba a echar durante el día.
Recuerdo que durante aquella mañana no fui a clases (como casi siempre) y con unos amigos fuimos a beber alcohol al parque como solía ser la costumbre hasta que llego el momento en que debía regresar a mi casa coincidiendo con el horario de la salida de clases. Sin embargo, al llegar me encontré con la sorpresita de que el gato era ya “la mascota oficial de la casa”. Todo bien hasta ahí... pero luego llegó la hora de la cena, en la cual yo y mis dos padres nos reuníamos en la mesa y debíamos intercambiar palabras.
–¿Como estuvo la escuela hoy día? – Preguntó mi mamá.
–Como siempre… – respondí – Estuve sentado, bien peinado, coqueteándole a mi compañera que nunca me mira... entre otras cosas...
–¿Estás seguro? – Preguntó de pronto mi papá mirándome directo a los ojos como queriendo averiguar la verdad que yo les había ocultado tan bien durante todo ese año.
–Claro que estoy seguro. – Dije no muy convencido. Era horrible, si descubrían que yo no iba a clases se acababan todos mis privilegios de hijo único y carismático. No podía permitir que eso ocurriera. Pero ocurrió... ¿y quieren saber que ocurrió después?... porque esto no paró ahí.
Aquella noche me fui a dormir luego de estar metido en el computador por mucho rato. Me acosté y a los minutos sentí que la puerta de mi habitación se abría lentamente haciendo un chirrido de esos que asustan si te pillan mal parado (o acostado en mí caso). Esperé unos minutos y de un salto se subió a mi cama el famoso gato blanco. Sentí que se daba vueltas en mis piernas hasta que al final se acurrucó para dormir. No era tan antipático después de todo.
A la mañana siguiente si fui a clases con la intención de despistar y evitar una posible visita sorpresa de mis padres… ¡qué tortura! La escuela es un crimen contra los derechos humanos, en verdad deberían condenarlas, pero en fin, después de una mañana que se me hizo eterna salí libre, así que derechito a mi casa. Al llegar estaba mi mamá sentada en el living (la sala de estar) esperándome y con horror pude ver que en su mano sostenía una bolsita con hierba ilegal... (ya saben de qué hablo). Lo más curioso es que juro ante Dios y el Diablo y todas las deidades del universo conocido y desconocido que lo tenía muy bien escondido, entonces ¿cómo pudo encontrarlo?... en ese instante comprendí que el infame gato blanco tenía que ver en esto.
Ni hablar del discurso moralista de mi madre y el discurso dictador de mi padre. Se acabaron las fiestas, se acabó el internet, hasta sacaron el computador de mi habitación. Me había convertido en un extraño para ellos, era como un delincuente..., ya no era más su hijo y todo por culpa de ese gato con cara de inocente... desde que llegó que mis mentiras se caían a pedazos.
Así que cuando anocheció esperé a que mis papás salieran a comprar y me dispuse a buscarlo, lo encontré dormido encima de una silla sobre mi chaqueta favorita para variar. Cerré la puerta de mi cuarto con mucho cuidado y me acerqué paso a paso. Lo más fácil era estrangularlo, pero sucedió lo increíble... el gato se despertó y me habló...SI, ME HABLÓ.
–¿Qué piensas hacer, estúpido? – Me preguntó el gato mirándome a los ojos. Yo estaba paralizado y no podía hablar. –... ¿qué ocurre?, ¿acaso crees que yo tengo la culpa de que te hayan encontrado droga?
Aún incrédulo tragué saliva y finalmente le respondí.
–P…puedes hablar... ¿que raza de gato eres? –pregunté.
–Eso no importa ahora, lo importante es que estás muy equivocado si es que quieres desquitarte conmigo. – Dijo el minino.
–¿Porqué?... desde que llegaste que mi vida de hijo "modelo" se fue al suelo, y más encima hablas. ¿Dónde se había visto tanta ridiculez?... lo siento debes morir. – Termine por decir con un tono solemne.
–Déjame acotarte algo… tus verdaderos enemigos son tus padres. Es a ellos a quienes debes eliminar, no soy yo el malvado, si ellos no te prohibieran tantas cosas, tú no las harías a escondidas, ¿entiendes?
-Hmmm...– Pensaba yo– Tiene sentido… es como sumar dos más dos.
Así que cogí el cuchillo de cocina más grande que pude encontrar y esperé a que llegaran, los sorprendí en la entrada, la primera en caer fue mi mamá. (Debo confesar que nunca había escuchado unos gritos tan horribles), gritaba mucho, pero con un par de estocadas luego hubo un silencio celestial. Sin embargo, aún quedaba mi papá, aprovechándose de su fuerza superior comparada con la mía me arrojó lejos contra una mesa. Creyéndome inconsciente se acercó a mi mamá para asistirla, pero ya era tarde. Lo demás fue fácil, no hice más que acercarme en silencio a sus espaldas y le enterré el cuchillo en la nuca descargando toda mi rabia a través de un grito de odio, y eso fue todo.
Me quedé unos segundos parado sobre el cadáver de mis dos padres hasta que el gato blanco bajó por las escaleras del segundo piso y se convirtió en ave... específicamente en cuervo, y me habló:
–Bien hecho, pero ahora deberías huir. Los gritos se escucharon en toda la cuadra y más de algún vecino ya llamó a la policía. ya sabes, es cosa de sumar dos más dos... - Me dijo el cuervo cerrando la ironía de ocupar mis propias palabras dichas antes con una maligna sonrisa.
Y así lo hice, corrí a la calle hasta que el cansancio me obligó detenerme después de unos largos minutos.
Ha pasado mucho tiempo ya. Soy prófugo de la policía, duermo en cualquier lugar que no levante sospechas. A veces extraño mi vida de antes, ya saben, la de un escolar común y corriente, daría lo que fuera por retroceder en el tiempo y cambiar las cosas. A veces busco un cuervo en el cielo o un gato blanco, pero extrañamente no he vuelto a ver ninguno de ese color... todos negros, todos cafés, todos grises..., pero ninguno de un color tan inofensivo como el blanco.